3 de noviembre de 2011

Un bonsai con historia.

El bonsái que el escritor Gabriel García Márquez regaló al expresidente Felipe González se ha convertido, con el paso de los años, en una pieza de colección, en una obra maestra.


El premio Nóbel de Literatura colombiano no sabía nada de bonsáis pero, en un viaje que hizo a Japón en 1990, pensó que podría ser buena idea comprar uno y regalárselo a su amigo, Felipe González, entonces presidente del Gobierno español y de quien ya se conocía su pasión por el arte que tiene sus principales maestros en Japón.
“Era un árbol bello, pero nada especial. De hecho, García Márquez compró la zelkova en unos grandes almacenes de Tokio, no en un vivero especializado”, afirma Luis Vallejo en su despacho del estudio de paisajismo que dirige, situado en el norte de Madrid.
“Felipe González me lo enseñó en el Palacio de La Moncloa -sede de la presidencia-. A él le había gustado mucho, sobre todo por la amistad que sentía hacia García Márquez”, afirma Vallejo, director del Museo del Bonsái de Alcobendas.
“Era un árbol pequeño, lo que se denomina un “shohin”, es decir de un tamaño inferior a los 25 centímetros de altura, pero creo que García Márquez demostró mucha sensibilidad dado que era una persona ajena a este mundo de los árboles tan pequeños. Eligió un ejemplar que no respondía a la idea habitual que tiene cualquier occidental del bonsái", reflexiona quien fuera maestro del político socialista en el arte del cultivo de los árboles en macetas minúsculas.

Un misterioso encanto
La zelkova es una especie caducifolia que habita de manera natural en el Cáucaso, en Creta y en el este de Asia. Pertenece a la familia de las ulmáceas, pero se diferencian de los olmos en la forma de sus frutos, sin alas o samaras. Además, las flores masculinas y las femeninas se dan en pies diferentes, por lo que se define como una especie dioica.
Se trata de un árbol en “forma de escoba”, es decir que de un tronco brotan varias ramas, pues su follaje recuerda la forma de una escoba invertida. Este estilo, conocido en japonés como “hokidachi”, busca imitar la forma de las zelkovas en su estado natural, creciendo con su copa redondeada, curiosamente similar a la que tiene un hermoso ejemplar procedente del Cáucaso que se conserva en el Real Jardín Botánico de Madrid, plantado en 1760.
En el año de 1990 García Márquez viajó a Japón para encontrarse con el director de cine nipón Akira Kurosawa, quien en ese momento trabajaba en el rodaje de "Los sueños", y ver la posibilidad de llevar a la pantalla grande la historia de "El otoño del patriarca", ambientada en el Japón medieval. Finalmente, el proyecto no prosperó.
La zelkova estuvo expuesta en los jardines del Palacio de la Moncloa. Felipe González se la llevó a su casa cuando dejó de ser presidente del Gobierno, “pero finalmente me la dio a mí porque él andaba muy liado y me dijo que le costaba mucho atender a los árboles”, dice Vallejo.
“Y desde entonces está expuesta en el Museo de Alcobendas, y González la visita de vez en cuando, supongo que rememorando el regalo que le hizo su amigo Gabo. Hoy es un bellísimo ejemplar de bonsái, que guarda la magia que encierran los árboles caducifolios. Este, en especial, tiene más encanto en invierno, con sus ramas desnudas”, afirma Vallejo.
El paso del tiempo, que es un elemento imprescindible para conseguir un buen bonsái, unido a un cultivo cuidadoso, han hecho que la zelkova se haya convertido en un gran ejemplar, de una belleza tranquila y equilibrada y que encierra un misterioso encanto, en cualquiera de las cuatro estaciones del año.
“Es decir, García Márquez compró un árbol de una manera muy casual, pero la elección estuvo muy bien hecha, y hoy es una de las joyas de la colección de bonsáis del Museo de Alcobendas”, concluye Luis Vallejo.

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